Víctor Manuel Massei

Un intersticio cósmico-virtual para rabiar, destilar y fluir en los verbos contenidos, detenidos y suprimidos por el exceso de logos; un arranque existencial para evitar que se nos cierren los ojos...

sábado, 1 de octubre de 2011

ZOOFILIA

Te vi derritiendo lo que pasaba a tu lado. Y murmuré:” Perra”. Te subiste al auto de un ente anónimo que te arrojó una frase y pensé: “Zorra”. Me miraste con una coqueta mueca en tus labios y con el rubor aun en mis mejillas te imaginé “Felina”. Dos días después me abordaste en mi café de siempre y deslizaste tu número en las páginas de mi libro, cavilé: “Víbora”. Marqué tu móvil. Proyecté mi cena. Te perseguí como un Perro, me ignoraste como a una Rata. Ahora me retuerzo como un Gusano dándole vueltas a tu zoomórfica imagen

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El 0portuno Silencio de lo Burócratas Maleducados

Me refiero a aquellos que hace unos meses se desangraron calumniando, vociferando, crucificando y conminando a los docentes de la educación pública y lanzándolos hasta las cavidades más abismales del averno. Aquellos que levantaban bandera y cerraban filas en pos de una esmirriada retórica partidista para defender lo indefendible. Aquellos que lanzaron anatemas al gremio docente culpándolos de los futuros y supuestos bajos resultados en la PSU y del inevitable engrosamiento de la brecha económico/social. Pero, ¿Dónde están hoy esas gargantas que otrora se desgarraron disparándoles rayos lapidarios a los profesores municipales? ¿Qué les pasó a esas arrogantes voces que vilipendiaron y lanzaron por el suelo las reclamas de un grupo de personas que osaba reivindicarse como seres humanos? Están donde siempre, en sus madrigueras, calculando sus pasos y sus pesos, midiendo sus palabras y olvidando sus dichos, para no retractarse, para no pedir perdón, para no disculparse, para seguir siendo lo que son, entes sectarios que defienden la contingencia; no convertidos sino convencidos según la ocasión de que siempre la verdad está a su diestra.
Antes de ayer se dieron los resultados de la PSU, y curiosamente éstos no hablan de diferencias gravitantes, ni de infiernos amenazantes para los hijos de la revolución pingüina y de los paros gremiales. Sólo se mantuvo la lógica, la diferencia de siempre entre privados y públicos, que a pesar de los cambios que se prometen para alcanzar la equidad ésta nos sigue resultando esquiva, por esa rúbrica perversa del statu quo, que es alimentada a través de la intransigencia de esos mismos entes (las marionetas de turno) que se tapan los oídos hacia fuera para sólo escuchar la voz ideológica de su membrete interno. ¿Dónde están hoy esos voceros, ministros y otros personeros que masticaron y vomitaron la esperanza de un grupo de trabajadores con voz y sueños, con dignidad y derechos? ¿Dónde está la más mínima fe de erratas o acto de disculpas públicas? No escucharemos nada de eso, porque están todos mutuamente sobándose el ombligo, preocupados de no perder la vaca que les da la leche; y reconocer debilidades o errores a estas alturas sería apurar la fecha de vencimiento, aunque a nosotros los vencidos, en el ínter tanto, se nos venza la vida.
Por lo tanto, no les devolvamos la voz a aquellos que nos la quitaron. No les perdonemos la soberbia a aquellos que ostentaron un dogmatismo cerrado. No escuchemos ese croar que ha mutado nuestras aguas en un putrefacto charco. Aquellos que utilizaron, tergiversaron, manipularon y trastornaron las ideas y la realidad, relegándonos a la última letra del abecedario; deberían probar nuestro silencio, al menos del silencio de los ciudadanos inteligentes, también el de los docentes decentes, los que piensan, y que se dan cuenta de las cosas; pues saben lo que estos seres son, títeres y burócratas, oportunistas que en lugar de servicio público, disculpando la expresión, se sirven al público, incluso sin servilleta. (Víctor Manuel Massei)

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bifurcación

Caminaban siempre de la mano. Por la avenida, la plaza, el centro comercial. Donde estaba él, estaba ella. Donde no estaba ella, no estaba él. Siempre se sentaban uno al lado del otro. Se dormían adheridos siempre dándose el mismo perfil con el que caminaban, se sentaban, comían y se besaban. Hoy, se alteró el orden. A las cosas viejas se les pierde el respeto. En cajas distintas, en direcciones distintas, compartirán la misma tierra. Los que presumen recordarles olvidaron por completo el más simple y noble de los gestos. Ochenta años no es nada. Hace cuarenta ya nadie les memorizaba. (Víctor Manuel Massei)

Ilusión Óptica

Consumía con avidez su diario. Bebía rigurosamente cada tres minutos. No miraba alrededor. El mundo era suyo a la hora que no caminan las sombras. Aquella hora en que una cerveza y un completo bastaban para exiliar la hambruna. Pero la botella ya se había vaciado en su garganta. Levantó la mirada. Interceptó a una mesera. La miró fijamente. Y sin emitir palabras gesticuló. Se transfiguró en una pose de mímica para reiterar el pedido. Y vocalizó sin emitir sonidos. Ella hizo lo mismo con sus labios. Sonriendo, dudando y corroborando con su boca en una fabulosa y sensual mueca que parecía adivinarlo todo. Hizo una exquisita “o”. Que le llevó, a él, a desear introducirse en ella. Tocarla. Comerla. Beberla. Ratificó con su cabeza que había acertado. Mientras detonaba en su mente una escena en que los cuerpos no les alcanzaban para la noche. Donde aquellas comisuras eran astrales y su cuerpo gravitaba en torno a ellas. ¡Qué irresistible se le hacía esa boca! Imágenes se sucedían en fracciones de segundo. Deseos colisionaban con su razón haciendo añicos la decencia. Suspiros de impotencia le detenían en el silencio. La camarera llegó con la botella. Pero él ya no veía la persona. Sino sólo sus labios. Ya no era mujer. Era una boca. Deliciosa. Muda. Hermosa. Llegó a paso raudo con el gélido producto de cebada y dejó escapar algunas palabras. Ya no era divina. Era una mujer más, que volvía a humanizarse en las trivialidades del mercado. Todo se desvaneció. Volvió a sustraerse del mundo y sus banalidades. En la sección de reportajes. En la mentira de turno. Otra mentira. A la cual, por lo menos, ya se había acostumbrado. (Víctor Manuel Massei)

Umbral

No se dio cuenta como llegaron a eso. No parecía lógico estar discutiendo por trivialidades a esas alturas. Hubiera sido más sensato callar, pero guardaba dentro de sí un concepto de justicia que no le dejaba lugar al mutismo cuando algo no concordaba con sus preceptos. Ya no importaba todo lo construido en el tiempo, si se destruía en segundos, era el Apocalipsis necesario a tanto fingimiento. Perder el control era mostrar debilidad. Aunque sus lágrimas surcaban su rostro. Se mantenía estoico. Con su puño apretado aguantaba las estocadas y las embestidas. Escuchaba y estratégicamente preparaba la retirada. No había retorno dialógico entre ellos. Ni lo deseaban tampoco. Quiso lanzarle a la cara muchas verdades. Quiso sacarle la lengua y hacerle la mejor de las morisquetas. Se contuvo. No correspondía a su perfil. Levantó la mirada. Besó su frente y musitó algunas palabras imperceptibles. Dejó caer unos libros. Y cruzó la puerta para no volver a atravesarla jamás.
Conminada en una cama. En una fría habitación. Aún mastica esas palabras. Y el diagnóstico aunque letal, adquiere levedad en su conciencia. Pero no es eso lo que ya la tiene muerta.
Se le ha visto caminar sin rumbo. Mirar sin detenerse. Sonreír mecánicamente. Perderse laberínticamente en sí mismo. Mientras cruza otras puertas, porque no puede dejar de hacerlo, aunque tampoco puede terminar de irse, no puede apagar la venganza en sus entrañas. (Víctor Manuel Massei)

Tácticas para Callarse

“Diez años”. Pensaba y se recriminaba. “Diez años soportando. Sólo los santos y yo tenemos tanta paciencia”. Ya no le aguantaba. Al llegar del trabajo le temblaban las rodillas, se le disparaba le presión y surgía la cefalea de sólo imaginarla.. Evacuando palabras como un grifo sin control. Callar era un verbo que carecía de contenido y significado en su conciencia. Se sucedían velozmente los reproches, las quejas, los sarcasmos, los comentarios hirientes, los anatemas hacia el universo, y más allá. Ya no estaba dispuesto a tolerar más. Pero dejarla no estaba entre las opciones. La amaba, pero hacía tiempo que ese amor se restaba hacia su boca. Buscaba la estrategia para amarla sin incluir su voz. Sin hacerlo tan evidente. Pensaba en alguna cirugía que le dejara ligeramente muda, para paliar el asunto de los decibeles, obviamente incluida en un paquete que le redujera el abdomen y le aumentara los senos, que fuera un pequeño efecto colateral de éstas sin que ella llegara a enterarse. También consideró la opción de sacrificarse y hacerle el amor a diestra y siniestra en todos los instantes muertos, para que su único lenguaje fuera la sonrisa y una voluntad siempre dispuesta. Pensó también comprarse algún aparato que aislara sus tímpanos del vendaval de palabras que azotaba sus momentos en casa, pero era difícil argumentar su inusual e imprevisto afán por la música. Buscaba fatigosamente la táctica. No obstante, todas contenían algún “pero” insoslayable. Hasta que se le ocurrió que quizá si hablara más fuerte la anularía. Empezó a practicar. Mientras en casa seguía soportando el martirio. Sacaba a pasear el perro del vecino en un ataque intempestivo de amor por los animales y con el practicaba. Pues cumplía con el requisito esencial de no responder. Cuando ya se sintió preparado. Enfrentó a su mujer. Y antes de alzar su voz hasta un registro superlativo. La miró fijamente. La tomó de la mano. Le tapó la boca con un beso. Y recién ahí se dio cuenta que ella también quería callarse. Pero que la costumbre y los roles les habían olvidado el cómo. (Víctor Manuel Massei)