Víctor Manuel Massei

Un intersticio cósmico-virtual para rabiar, destilar y fluir en los verbos contenidos, detenidos y suprimidos por el exceso de logos; un arranque existencial para evitar que se nos cierren los ojos...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Octavio Paz y su idea del Amor

CAPITULO 3

Octavio Paz: ¿Cómo escapar al paso del tiempo?



Si la inserción en el continuum es la vivencia filosófica y erótica en la que se juega el acontecimiento fundamental de la existencia, ello evidencia que estamos ante una frontera tanto de lo vivible como de lo decible; es difícil escribir sobre ello, cada descripción y, mucho más, cada argumento es inevitablemente torpe, ya que intenta pesquisar a través de palabras y conceptos discontinuos el continuum de lo erótico en sus distintas manifestaciones. Esta es probablemente la razón por la cual El Banquete de Platón se construye a través de disímiles intentos de aproximación al ser de Eros.

A su modo, Octavio Paz se propone penetrar en el enigma del fenómeno amoroso a través de la siguiente definición:
Anhelo de otredad

Octavio Paz distingue entre sexualidad, erotismo y amor .
Nos valdremos en lo que sigue de esta clasificación: la sexualidad la compartimos con los animales, y permite la continuidad de la especie. Ella es visiblemente de origen cósmico, manifestándose desde la forma más elemental de la partenogénesis en la célula, la diferenciación sexual entre gametos que ya se presenta en el mundo vegetal, hasta formas cada vez más complejas de apareamiento.

El erotismo corresponde a la ritualización de la sexualidad, vale decir, el cortejo, las formas de acercarse y de relacionarse uno con otro, que tienen que ver no solamente con la gestualidad y los movimientos, sino también con el lenguaje, el estilo de cómo se dicen las cosas y qué cosas.

Otra diferencia es que lo sexual y el cortejo erótico se dan siempre de la misma manera entre los animales, por ejemplo, cierto vuelo que debe trazar el macho, para luego llegar a la copulación, la mantis religiosa que devora al macho una vez fecundada (cfr. LID, pp. 15-16).

Se agrega a ello que sólo el ser humano padece de un insaciable apetito sexual, es decir por una parte es necesaria la sexualidad para la continuidad de la especie, pero, por la otra de pronto puede ser explosiva:

"Es un volcán y cada uno de sus estallidos puede cubrir a la sociedad con una erupción de sangre y semen. El sexo es subversivo: ignora las clases y las jerarquías, las artes y las ciencias, el día y la noche: duerme y sólo despierta para fornicar y volver a dormir” (LID, p. 16).

Y es ante todo al erotismo al que le corresponde el papel de canalizar la sexualidad: él es entonces "pararrayos de la sexualidad", símbolo apropiado, en cuanto que describe el control de las explosiones sexuales, pero no del todo, en tanto no reconoce que a la vez el erotismo puede potenciar la sexualidad.

Respecto del amor, anotemos aquí que hablamos de él de manera genérica, es decir, integrando la sexualidad y el erotismo. Pero, por otra parte, apuntamos a la especificidad del amor, en cuanto que recién él nos permitiría llegar al otro - ella o él- como un ser íntegro, y no únicamente un cuerpo, en lo cual cabe destacar la idea de persona: únicamente el amor descubre la persona del otro, y además permite que nosotros mismos, como los amantes, nos descubramos en la misma forma.

En este sentido, el amor, como es un disparo que va más allá de lo dado en la sexualidad y en su ritualización, es esencialmente proyección, invención, "cristalización" (Stendhal), "idealización" (Julia Kristeva), creación de un “Imaginario” (Barthes).

La gradación sexo-erotismo-amor nos permite visualizar lo que se ha planteado en otros planos de lo humano, en particular en el orden ético: que en el hombre se presenta una doble naturaleza: la primera es nuestra naturaleza animal, y la segunda, aquella que construimos a través de la formación.

Octavio Paz atisba aquí la cabeza de Jano que hay en lo amoroso, que encierra posibilidades y potencialidades que van en distintas direcciones. Así también se revela un juego de máxima tensión vital (la excitación de los cuerpos), al que le sigue una máxima distensión que, en su extremo, sería el equivalente de la muerte.

El amar es también, aristotélicamente hablando, una forma de movimiento que va en pos de su culminación en un gozoso reposo. Tensión y distensión, sístole y diástole cósmico, sentido heraclíteo de coincidentia oppositorum, todo ello se manifiesta en el fenómeno amoroso; más aún, castidad y libertinaje, al modo de como ellas se han vivido al interior de las religiones (el libertinaje generalmente adoptando ciertas formas marginales y heréticas), han aparecido históricamente como caminos para alcanzar la divinidad, y ello sobre la base de que la castidad coincidiría con el libertinaje como caminos a la divinidad y de superación del placer y del apego al cuerpo. Basta recordar para ello "los cultos fálicos del neolítico o las bacanales y saturnales de la Antigüedad grecorromana" (LID, pp. 19-20).

Del mismo modo licencia y abstinencia juegan un papel al interior del cristianismo, por ejemplo, en el carnaval, acompañado de muchos elementos paganos, y la cuaresma.

Pero, tensión y distensión, trabajo y fiesta, licencia y abstinencia, se dan como algo uno, con distintos momentos. Ciertamente es la distensión la que refleja propiamente la inserción en el continuum, que en Paz aparece como "anhelo de otredad”, anhelo de completarse con lo otro, sea esto ella o él, o Dios. A este respecto, el escritor mexicano trae un ejemplo preclaro del Ulises de James Joyce: lo relativo a uno de los protagonistas: Molly, que es como un manantial de suprema afirmación de todo, un decir Sí al tiempo, a la vida y a la muerte: un Sí egoísta, próvido, ávido, generoso, opulento, estúpido, cósmico (cfr. LID, p. 32).

Y aquí va además ese bello monólogo:

"Si el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardines de rosas y de jazmines y de geranios y de cactos y Gibraltar cuando yo era chica y donde yo era una Flor de la Montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y como me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como da otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después él me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y 10 atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí" (LID, pp. 32-33).

En este supremo Sí, en la afirmación de la vida hasta en la muerte, en el intento de eternizar el presente, en el sentimiento oceánico, en el único fluido que recorre el plexo sexualidad-erotismo-amor se unen el orgasmo con la unio mysthica. En ambos pasamos de la máxima tensión a la máxima distensión, es la afirmación del yo y su disolución, el tiempo y su negación, es la fusión de los opuestos (cfr. LID, p. 110).



Amor y tiempo

A través del amor el hombre busca una manera de insta- larse en el mundo, de ahondar en el surco de la vida, de echar raíces en ella. Y como la existencia humana está radicalmente determinada por el paso inexorable del tiempo, el hombre ensaya distintas posibilidades de sus- traerse, aunque sea en forma inevitablemente parcial, al pasar del tiempo que relega absolutamente todo al pasado. Una de estas estrategias de escaparse al paso del tiempo, o de hacerlo llevadero, de tal manera que no nos desespere la corrosión de los años, es el amor. Otras son la filosofía, la ciencia, el arte.

Pero, el poder de Cronos (el padre de Zeus que devora sus hijos) es tal que aun el amor mismo, como todo, como el trabajo, como la vida en general se desenvuelven en el tiempo, y esto quiere decir que están sometidos a su ley. El amor está de este modo también librado al riesgo de perecer. Toda pareja experimenta esto, aunque muchas veces sea algo velado para ellos, y así los vemos andar felices por el mundo, sin ningún presentimiento de que quizás mañana la plenitud de esa unión que viven ya no será. El tiempo no deja títere con cabeza y, desde luego, los títeres somos también los enamorados.

Pero, esto parece trivial o, más bien, se lo trivializa, es lo que se está cantando en todo momento en las radios en inglés o en castellano. Y claro, esto se debe a que natural- mente el tema del amor nos toca a todos, es el pan de cada día.

Vemos a las parejas mucho más que besarse en el Par- que Forestal de Santiago. Ello casi parece reglamentado, ya que cada banco está ocupado por una pareja entregada a toda suerte de caricias. Quizás si la ya antigua imagen de las parejas de enamorados en las plazas y parques de la ciudad conserve todavía algo de poético. Más bien, parece que no. Hay algo de serial, de producción industrial, de enlistamiento de las parejas de los lugares públicos. Ya no es la pareja o unas pocas las que provocativamente dan rienda suelta a sus deseos, y sorprenden, porque ventilan lo íntimo en forma pública, sino que ahora son cientos y miles las que están en algo que más bien podría llamarse menesteres.

Se trata sin duda del fenómeno de las urbes del siglo veinte, de la globalización de las culturas y los mercados, de la por Mc Luhan llamada aldea global, del hombre uni-dimensional de Herbert Marcusse, del hombre-masa de Ortega y Gasset, de la pérdida de sentido de lo social cuando se convierte en masa de Jean Baudrillard, del imperio de lo efímero de Gilles Lipovetsky.

Todos estos fenómenos que caracterizan la crisis de nuestro tiempo incluso tocan lo más íntimo: el modo de vivir el amor. Y ello por sí solo -diría- es ya la señal de un máximo peligro. Esto significa que no solamente las parejas de los parques, que se encontrarán unas en los inicios de la relación, en el primer beso, o en unos finales acompañados de llanto, o, en fin, en el punto de que ella lo vio con otra, sino que el verdadero amor como una vivencia íntima, hecha de la materia más fina y sutil, está amenazado. La vivencia amorosa que nace en Occidente con ingredientes platónicos, cristianos y del así llamado "amor cortés" del siglo XII, está amenazada, ella misma está ex- puesta al tiempo, más aún, podría desaparecer. Futuras generaciones podrían vemos como una curiosidad antropológica, entre otros motivos, por haber vivido esto tan inexplicable: el amor.

Mas, a pesar de esta realidad de lo efímero que fatal- mente se impone, el amor es a la vez quizás el intento más grande de rescatar el tiempo; él está transido por el afán de persistir y más que de vivir, pervivir; él es por sobre todo anhelo de eternidad y de perpetuarse en el tiempo.

Si algo todavía nos sorprende de las parejas en bancos y prados, es que en cada una de ellas también se da este intento tan fuera de toda proporción de rescatar el tiempo, que no solamente toca a la vivencia amorosa, sino también los otros niveles de la sexualidad y el erotismo. Aunque se trate tal vez de su sola boca de labios levemente abultados que a él lo excita y que al verla pasar, le dan ganas de besar, esto que puede ser simplemente una manifestación genital, también significa un intento de rescatar el tiempo. Y este intento compete al artista, al poeta, al filósofo, al científico y a ciertos hombres de acción. Así como en el amor, en todos estos casos se trata de la "tentativa de hacer del instante una eternidad" (LID, pp. 212-213).

Si en el amor se da singularmente este anhelo de rescatar el tiempo, resulta clarificador tomar en consideración el modo como Parménides concibe la eternidad como un eterno-presente (nunc stans), es decir, un presente tal que está por sobre el tiempo, es supra-temporal. Él no es como los momentos presentes que vivimos a cada instante, ya que éstos están entre un antes y un después. El eterno- presente de Parménides es por ello mismo también in- móvil.

En la vivencia amorosa está en juego justamente este eterno-presente supratemporal e inmóvil. El anhelo de perpetuidad consiste en querer que el tiempo no pase, que este momento de plenitud sea eterno, ya sea en tanto que anhelo que él no se continúe en otros, ya sea porque anhelo que todos los momentos sean en definitiva tan sólo este único momento, o, en otras palabras, que lo que vivo ahora no varíe más, que así como lo que siento al caminar por la playa con ella en una noche invernal, todo lo que siga resguarde la completud, la redondez y la inconmensurable vastedad de mi actual estado anímico y, desde luego, que esto lo compartamos en una unión total con ella.

Pero quizás sólo algunas parejas consiguen salvaguardar esa plenitud y vivir como eternos enamorados. Sucede normalmente que esta vivencia próxima al eterno-presente sólo es un tremendo anhelo y no la puedo sobrellevar, caigo de la ilusión de aquella plenitud inmóvil y quedo expuesto al paso inexorable del tiempo, 'la las afrentas de la edad, la enfermedad y la muerte" (UD, p. 211).

Aun así, los enamorados quieren ganarle al tiempo, perpetuando el presente y mirando '1 de frente a la muerte" (UD, p.131). Respecto de este punto, llama la atención que en distintas mitologías y religiones se trate de un estado originario fuera del transcurrir del tiempo, así el Paraíso y la Edad de Oro. En las Metamorfosis de Ovidio aparece esto como la imagen de una edad en, que no habían estaciones, una eterna primavera, en la que todo estaba regalado, sin la necesidad de sembrar y cosechar:
"La primavera era eterna, y plácidos Céfiros de tibia brisa acariciaban las flores nacidas sin simiente;
y también la tierra producía sin arar frutos,
y el campo sin barbecho se blanqueaba de espigas preñadas. Ya corrían ríos de leche, ya ríos de néctar,
y amarilla miel goteaba de la verde cima” .
En el Paraíso habita la primera pareja humana, pero ella da expresión también a la pérdida del Paraíso (así como el paso de la edad de oro a la de plata, la de bronce, y finalmente la de hierro), lo que aquí podemos interpretar en el sentido de que el amor sólo nos ilusiona con una perpetuación del presente; mas, a fin de cuentas, él también está afecto al tiempo. En Adán y Eva se representa esto plásticamente, ya que el Paraíso que habitan está en cierto modo en el eterno ahora. Lo que viene con la expulsión del Paraíso es la historia de la caída, la entrada en el tiempo sucesivo (cfr. UD, p. 219).


5 binomios en torno al amor

Sexualidad, erotismo y amor son complementarios, o, mejor dicho, es deseable que se den en una complementariedad.
En la relación entre estos niveles se presentan las más distintas variedades de la fauna humana.
Está claro que, por ejemplo, un erotismo pobre puede implicar también una sexualidad pobre, pero también es posible, lo contrario: que minimizándose el erotismo en una pareja (porque el hombre no corteja a la mujer en absoluto, ni se da tiempo para acariciarla), la sexualidad se manifieste de una manera cuasiexplosiva.
Podemos vivir la sexualidad y el erotismo con independencia del amor y experimentar un gran vacío. Podemos vivir de acuerdo con una especie de erotismo puro que no se traduce en una consumación sexual, es decir, en un galanteo masculino y en una coquetería femenina permanente, que implica una especie de divertimento. Podemos vivir también el amor de manera completamente separada del erotismo, incluso en ausencia de la persona amada. Pero, en atención a esta variopinta gama, que se prestaría como para hacer una clasificación en principio interminable, lo cierto es que idealmente lo más apropiado y armónico es lograr la debida complementariedad entre estos distintos niveles, de tal manera que cada uno enriquezca al otro, desde lo más elemental (la sexualidad) hasta lo más complejo (el amor) y viceversa.
Con Octavio Paz, he dicho, que el amor, a diferencia de la sexualidad y el erotismo, es el único que descubre el ser persona del otro y el propio. El término ‘persona’ (de origen etrusco) se ha desarrollado especialmente en el cristianismo, y ha permitido pensar y defender lo propiamente humano, cuando se ha visto amenazado en ciertos períodos históricos.
A la persona le es consustancial la libertad y la autonomía. En este sentido, podríamos decir que toda vez que se manifiesta el verdadero amor, afirmamos al amado o amada en su libertad, como, al mismo tiempo, toda vez que a mí mismo me descubro en mi propia dimensión personal, me libero.
Visto de esta forma, el amor implica una declaración de libertad, ya que todo lo que abraza, cuando no es posesivo, lo libera. Esto adopta una particular importancia desde el momento que reconocemos que en numerosas situaciones no tratamos al otro, e inclusive a nosotros mismos, como personas. Son situaciones en que vemos al hombre como mero "material humano", en tanto que cumple una función, es decir, como empleado, obrero o justamente funcionario, como también únicamente en tanto que es famoso o millonario. En el caso del erotismo, yo puedo verla a ella tan sólo en función de su belleza física.
El escritor mexicano explica el amor desde cinco duplas, cuales son: l. exclusividad-promiscuidad; 2. obstáculo- transgresión; 3. dominio-sumisión; 4. fatalidad-libertad; 5. cuerpo-alma (cfr. LID, pp. 117 ss.).

Ellas suponen una gradación, porque en la vivencia amorosa nos deslizamos de uno a otro polo, y, por otro lado, entre ellas hay reciprocidad, ya que se requieren mutuamente.


1. Por ejemplo, en el caso del par exclusividad-promiscuidad, el mencionado deslizamiento obedece a que si bien el amor es exclusivo (Paz plantea que nos enamoramos sólo de una persona), sin embargo, debido a la injerencia de la sexualidad, que no supone esa exclusividad, puede entonces haber un "desliz" hacia la promiscuidad. Desde luego ello no implica que tenga que haber esta última, ya que la fuerza de la exclusividad demandada por el amor puede ser más grande.

Si bien corresponde aquilatar estas definiciones como de orden cultural, circunscritas en el tiempo y en el espacio a distintos pueblos y sociedades, sin embargo se da aquí una figura tendencial, según la cual a la sexualidad y al erotismo los caracteriza una electividad de menor grado, mientras que en el amor ésta se maximiza.

El amor y la amistad comparten este rasgo de elección. En efecto, tanto elegimos la pareja como al amigo. No podemos ni estar enamorados de muchas personas, ni ser amigos de todo el mundo - contrario esto a lo que suele declararse.

Sin embargo, amistad y amor se separan en cuanto a que puedo enamorarme de alguien que no se interesa en absoluto por mí, mientras que la amistad exige la reciprocidad. Yo no puedo ser amigo de alguien que a su vez no quiere ser amigo mío.

Por otra parte, ya que el amor va asociado con los otros niveles de la sexualidad y el erotismo, alcanzando éste a tocar nuestras entrañas, es decir, manifestándose su lado pasional, sucede que el amor suele ser explosivo. La pareja está expuesta entonces a reiteradas crisis, acompañadas de sentimientos de humillación, abuso, irritación y otros.

La amistad, por el contrario, está caracterizada por la estabilidad y la exigencia de las cualidades morales más elevadas: lealtad, honestidad, sinceridad, equidad. Esta es seguramente la razón por la cual el griego puso a la amistad - la filía- en un sitial más elevado que el amor. Esto se pone de manifiesto en el dicho de Aristóteles de que la justicia tiene en el fondo la naturaleza de la amistad, y que por lo tanto lo deseable sería construir más una república de amigos que una república donde impere la justicia (cfr. Ll, p. 114).


2. El par obstáculo-transgresión alude a que por ser el amor esencialmente transgresión, hay siempre obstáculos que superar (en Bataille se trata de los interdictos). Como una de sus manifestaciones, Paz se refiere especialmente a las convenciones. Los ejemplos están por doquier, tanto en la literatura como en la vida real. Es la situación conflictiva en que se encuentran Werther y Carlota, Tristán e Isolda, o Romeo y Julieta, Paolo y Francesca, Dante y Beatrice, Lanzarote y la reina Ginebra. En todos estos casos las convenciones se presentan con distintas caras: Carlota es la esposa de Alberto, Isolda es la prometida del rey, los Montesco y los Capuleto son familias rivales.

Y así ocurría también en los Estados Unidos de los sesenta que si un negro y una blanca se enamoraban, su amor solía manifestarse como transgresión.

Mas, sea como fuere muestro juicio al respecto, lo cierto es que tanto esta dupla como la anterior (exclusividad- promiscuidad) nos ayudan a pensar la crisis de la pareja contemporánea (pero también la pareja de todos los tiempos).

A partir del vínculo entre amor y transgresión podemos a su vez revisar el criterio aristotélico de la semejanza (que él establece como fundamento de las relaciones amicales). Se entablan relaciones de amistad en función de compartir los mismos gustos o tener similares intereses, o, más radicalmente aún, porque el otro es semejante a mí. Según el Estagirita cuando en la amistad no hay semejanza, se busca entonces al menos una compensación, lo que quiere decir que ella siempre prima .

Llamo la atención sobre este punto, porque parece ser que los grandes amores y amistades se caracterizan más bien por un encuentro entre personas desemejantes, como que justamente cuando un hombre rico ama a una mujer pobre, o un cristiano es amigo de un musulmán, normal- mente sucede que esas relaciones aparecen como ejemplares y dignas de emulación. Mas, ello lo decimos en una época en la que el ágape cristiano, el sentido del amor como amor al prójimo, al débil, al pobre y al enemigo (que no supone el eros o la filía griega) ya es constitutivo de nuestra cultura, al menos en su calidad de ideal. El griego miraba los otros pueblos como bárbaros y a los esclavos no se les reconocía como seres humanos, de tal manera que relativamente a ellos no podía haber semejanza que justificara la amistad o el amor.

Pero, en lo fundamental, el criterio aristotélico de la semejanza es certero, en cuanto que en cualquier caso se cumple que si hay una desemejanza grande entre dos personas, para que sean amigos, al menos tiene que haber una compensación: uno es rico pero malhumorado, y el otro pobre pero bienhumorado.



3. El par dominio-sumisión plantea muchas interrogantes, en el sentido que nos hace ver que aun el amor está traspasado por sutiles y, a veces, no tan sutiles formas de poder.
Roland Barthes usa una acertada expresión para esto -"vasallaje amoroso"-. Ella significa que en una relación se practica una peculiar forma de poder. El enamorado - hombre o mujer- se declara tácitamente vasallo, lo cual significa que se inicia una forma de dependencia; dependemos de las atenciones y consideraciones del otro, pero probablemente también de sus caprichos y arbitrariedades para sentirnos bien.

Normalmente en los inicios de la relación, cuando ambos se comportan propiamente como enamorados en toda su pureza, aquel vasallaje es mutuo, ya que aún no se perfila, en un soterráneo juego, quién será definitivamente, o por un tiempo indefinido, vasallo del otro.

Es patente además que, vinculado con este par, se pueden analizar muchos conflictos de pareja, ya que él lleva en su seno la posibilidad del abuso y la humillación; y más encima nos predisponemos a ello, cuando nos decimos en un monólogo interior: "porque la amo, estoy dispuesto a perdonarle sus excesos, sus olvidos, sus chantajes, sus desconsideraciones".

En el dominio-sumisión hay también un claro desenvolvimiento histórico, ya que ha sido tradicionalmente la mujer la que ha practicado el mencionado vasallaje, ya sea porque ella misma se ha declarado vasalla de su hombre o porque se ha dado por establecido, según las costumbres, de que es así y así debe ser. Todos los autores (desde Stendhal en adelante) que indago en estas Lecturas detectan un giro histórico decisivo que se produjo en el siglo XII en la Provenza francesa con la aparición del así llamado "amor cortés". Sucede que a partir de él se invertirá el vasallaje amoroso (expresión además muy afín a ese momento histórico en el que impera el vasallaje en un marco económico y político). Lo que viene después como forma de amar encuentra sus expresiones literarias en El Quijote, Tristán e Isolda, siguiendo hasta el Werther, y así incluso alcanzando nuestro tiempo.


4. El par fatalidad-libertad plantea diferencias entre una forma oriental y otra occidental de vivir el amor. Según advierte el mexicano, el oriental vive predominantemente el amor con la fatalidad del kharma, el cual guarda relación libertad: "yo no podía sino elegirte". En cada amor hay un halo de libertad, que le permite al sujeto afirmarse y un halo de fatalidad que le retira el suelo de esa afirmación.

Es por ello también que se habla del amor como de un "cautiverio feliz" y, por lo mismo, si amor y amistad comparten el carácter de la elección (de esta forma se expresa la libertad en ellos), sin embargo es en la amistad donde aparece la elección libre en su manera más pura. La elección en el orden amical va acompañada de una fuerte dosis de racionalidad y de moralidad, mientras que la elección en el orden amoroso va asociada a elementos irracionales y que escapan significativamente a criterios morales.

La fatalidad (que incumbe sólo al amor y no a la amistad) puede adoptar además la figura de la trampa. Soñamos con nuestra libertad y todo lo que se expresa como su consecuencia, cuando, en tanto enamorados, vamos de un lado para otro, asistiendo a conciertos o saliendo a caminar; y, al mismo tiempo, experimentamos que estamos atrapados en una especie rara de ficción que nosotros mismos hemos creado.

Por último, el par fatalidad-libertad, debe ser visto además, y sobre todo en la época de la "rebelión de las masas", como vinculado con la posibilidad del azar, ya que lo que llamamos elección conlleva, sin duda, una carga de ilusión - la ilusión de la elección -. Se ha constatado a través de estadísticas que un porcentaje altísimo de las parejas pro- viene del mismo barrio, del mismo colegio o universidad; en otras palabras, la espacialidad en la que se conoce la pareja y en la que se desenvuelven sus vidas es bastante reducida. La elección tiene que ver por lo tanto con la ingeniosa comparación que hace Humberto Giannini entre dos "transeúntes" que se conocen en un encuentro casual en el "espacio civil" con la "arremetida triunfante" de un espermatozoide, "entre legiones", que logra fecundar el óvulo


5. El par cuerpo-alma guarda especial relación con los niveles de sexualidad, erotismo y amor; podemos vivir distintamente más con el cuerpo, como sucede en la sexualidad, o más con el alma, como sucede preponderante- mente en el amor (Kristeva recuerda que Lacan habla del "almor", HA, p. 66). Se trataría empero de vivir lo amoroso en cuerpo y alma, y, por lo tanto (como veíamos más arriba), evitar vivir una sexualidad puramente animal un erotismo inconducente, o un amor flotante.

Es decidor que el término alemán 'Leib' se distinga de 'Körper', significando ambos 'cuerpo', pero el primero alude al 'cuerpo animado'. En tanto cuerpos, es tan distinta mi mano que la copa sostenida por ella. Sexualidad y amor los vivimos pues con el Leib y no con la estructura molecular del Körper.

No obstante la ausencia de esta diferenciación en el castellano y en otras lenguas europeas, incuestionablemente la idea del cuerpo, en tanto animado, ha sido intuida y por cierto vivida por todo el mundo. Ella se expresa bellamente en el poema de Quevedo "Amor constante más allá de la muerte"; leamos sus célebres dos últimos tercetos:
"Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado"
(citado por Paz, cfr. LID, pp. 64 ss.)

Mas, igual acontece que vivimos tendencialmente el amor más corporal o más espiritualmente, y ello tiene además su correspondencia histórica. El alma se ha alejado del cuerpo por el influjo del platonismo y del cristianismo; ella ha habitado fuera del cuerpo, construyendo su "hogar" en el mundo de las ideas o en una supuesta vida eterna (no obstante la doctrina cristiana de los "cuerpos angélicos" de alguna forma aminora el peso de este factum).

A partir del amor cortés sucedería - según Ortega- que el alma iniciaría el retorno al cuerpo. Así también en el pensamiento de Foucault, se trataría, siguiendo la huella de Nietzsche, de una recuperación de un cuerpo humano menospreciado por las tendencias, ya sea del espiritualismo, en sus distintas formas, como del racionalismo moderno . Y, antes que Foucault, el pensamiento de Martin Heidegger (como del existencialismo) va en una dirección más decisiva aún, en la medida en que se propone superar la tradicional concepción del hombre como el señalado compuesto de alma y cuerpo, concibiendo al hombre como un todo inseparable.

3 comentarios:

  1. Se me olvidó citar la fuente. Es la siguiente: Extracto de Lecturas del amor, de Cristóbal Holzapfel, Edit. Universitaria, 1999.

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  2. Esta interesante el blog, lo leere con calma.

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  3. ¿Les parece que la sociedad actual vive el amor en ese plexo necesario amor-erotismo-sexualidad?
    ¿Estamos preparados para ello? Y ¿cuál de los binomios amorosos descritos en el texto es el que predomina en nuestra sociedad y por qué?

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